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En este artículo hablaremos de la importancia de construir varios manejos de correa en las salidas con nuestro perro, de forma que podamos adaptarnos con eficacia a diversas circunstancias, además de sumar calidad y bienestar a estos momentos de salidas.

Para ello, profundizaremos en como la longitud de correa influye en dos aspectos clave:

 

  1. Percepción: en que centra sus sentidos el perro.
  2. Concentración: cual al es la exigencia cognitiva de lo que le pedimos.

 

Pero antes, no está de más referirnos brevemente a los dos extremos del espectro de posibilidades que a menudo encontramos enfrentados sobre este asunto.

 

Control férreo o libertad utópica

Por un lado, aquellos que pregonan un control férreo del perro. Aún son muchos los profesionales y tutores cuyo objetivo es que el perro les acompañe en los paseos a escaso medio metro, siguiendo de manera exacta ritmo y dirección. Esta perspectiva conduce a la frustracción por la dificultad de llevarse a cabo y arrasa las posibilidades de hacer del paseo un momento gratificante para el perro.

En el espectro contrario, encontramos quien piensa que toda medida destinada al control o manejo del perro es contraria a su felicidad y disfrute. En una arcadia feliz esta última opción sería la ideal, pero en un mundo esencialmente urbano, con peligros incomprensibles para nuestros perros y normas de convivencia que hemos de respetar, apostar por una ausencia total de manejo resulta poco seguro e irrespetuoso con los demás.

 

¿Qué herramienta es la mejor para que mi perro no tire de la correa? El aprendizaje

Y de la confusión que genera esta guerra de extremos, aprovechan para nutrir sus ventas algunos fabricantes de arneses, collares y correas vendiendo su producto como la herramienta mágica que hará del paseo con correa un momento idílico, consiguiéndolo, además, sin inversión alguna en tiempo de aprendizaje. Lo que en marketing se llaman “productos milagro” y yo añado que su nombre de debe a que el milagro es que funcionen.

Veamos: las herramientas favorecen o entorpecen un objetivo determinado, pero si no existe un aprendizaje sencillo pero consistente, sus resultados serán inevitablemente inestables y las consecuencias para el bienestar del perro, a menudo desastrosas.

 

A distintos contextos, distintas soluciones

Entre ambos extremos (control férreo o libertad utópica) encontramos los matices que nos van a permitir que un gran número de salidas con correa sean más satisfactorias:

1. Para nuestros perros: al contar con inmensos márgenes de disfrute, autonomía y exploración durante el paseo, aunque éste sea con correa debido a la situación, lugar o contexto en el que nos encontremos.

2. Para el tutor: al alcanzar una sincronía, entendimiento y coordinación inmensamente mayores con su perro.

3. Para aquellos con los que compartimos espacios públicos, a quienes quizás no agrada que un perro desconocido se acerque, por muy amistoso que sea.

La única forma adecuada de ir con la correa es tener muchas formas de ir con la correa

La primera clave para alcanzar lo anterior es desechar la idea de que existe una única forma eficaz, adecuada y perfecta de caminar con la correa.

Al contrario, debemos construir varias formas de movernos con nuestro perro que equilibren lo que aconseja y permite una situación determinada con las motivaciones, deseos o estados puntuales del perro.

Imaginad un niño que en mitad de la clase de matemáticas decide que es buena idea ensayar unos penaltis, se levanta de su pupitre y comienza a pegar pelotazos en mitad del aula. No es el momento adecuado, ¿verdad? En ese espacio y en ese contexto se requiere una actitud determinada, un grado de atención y concentración que deben mantenerse un tiempo. Y es posible pedírselo, precisamente, porque la clase tiene un principio y un final, además de un nivel adecuado de exigencia.

Mismos protagonistas, situación distinta: en el momento del recreo, mientras niñas y niños están inmersos en sus juegos de patio, viene el profesor a interrumpirles para que resuelvan repentinamente una ecuación de segundo grado. Tampoco es el momento. No parece justo para los niños exigirles alta concentración y atención en su momento de diversión y expansión.

Equilibrio. Hay momentos para todo.

A muchos perros y tutores les ocurre algo similar al anterior ejemplo cuando se desplazan con la correa: no han establecido una referencia más o menos clara, una especie de pacto de lo que es adecuado en cada momento. Bailan distinta música, se entorpecen, se exigen cuando no deben, se frustran, tensan y confunden.

Para poner en orden a lo anterior, debemos referirnos a los conceptos del comienzo del artículo (percepción y el grado de concentración que exige una tarea) y conocer como son influidos por la distancia que mantenemos con el perro mientas caminamos con la correa.

 

Distancia de la correa, percepción y disfrute del paseo

La percepción nos habla de la información que el perro recoge por sus sentidos y a la cual dará prioridad en atender. La norma es sencilla: a menor distancia de correa entre entre tú y tu perro, mas te harás presente y menos lo hará el mundo.

Llevar a nuestro perro a un metro de distancia es incompatible con que sus sentidos se abran a explorar y disfrutar del entorno y sus novedades. Lógicamente, a medida que aumentas la distancia, facilitas el efecto contrario: tu pierdes influencia y más la gana el mundo exterior.

 

Distancia de la correa, concentración y exigencia

Otra variable fundamental reside en la exigencia de recursos cognitivos que precisa el perro para concentrarse en la tarea que le pedimos. Caminar pegado a ti, en similar ritmo y dirección le exige a tu perro un alto grado de concentración, ya que el mínimo despiste conduce al error y se paga con la inevitable tensión de la correa / corrección.

Un exigente nivel de concentración resulta imposible de mantener en el tiempo. Imagina hacer cálculos matemáticos mas o menos complejos de cabeza durante dos horas y sin descansos. Agotador e insostenible, ¿verdad?

Yendo al extremo, no verás jamás a ningún adiestrador (en su sano juicio) caminando durante un paseo cotidiano con su perro en “Fuss” (posición de obediencia deportiva en la que perro y guía se coordinan para caminar a la misma altura, ritmo, dirección y concentración máxima). Se trata de un ejercicio hermoso, recomendable e inspirador … pero cuya validez se circunscribe a los ámbitos lúdicos y deportivos.

El “Fuss” comprende un 100% de atención al guía y un 0% al entorno (imposibilidad de disfrutar del mundo), además de la dedicación de la totalidad de recursos cognitivos (atención, motivación, memoria de trabajo) al servicio del ejercicio.

En el extremo contrario, encontraríamos un perro que corre o explora suelto y libre a 20, 30 o 40 metros de su tutor, con un 95% de su atención en el mundo y apenas el 5% restante en no perder del todo la referencia de donde se encuentra la persona.

Y entre ambos extremos, es donde tenemos amplio margen para regular los espectros de percepción y concentración en la tarea que nos van a permitir mejorar el movernos junto a nuestro perro con la correa en múltiples situaciones.

 

Diferenciar el tránsito del paseo

Podemos poner un ejemplo práctico diferenciando, en primer lugar, pasear de transitar.

¿Todos los momentos en los que sacas a tu perro a la calle pueden definirse como paseo? La respuesta es no.

El paseo lleva implícito el disfrute del entorno, la exploración, el acercarse a ese arbusto, árbol, perro o persona a la que saludar, el detenerse a inspeccionar un misterio aroma.

Y lo cierto es que son muchos los momentos en los que la esencia lúdica del paseo queda en suspenso por la obligación de sortear una situación comprometida o de recorrer la distancia que separa el punto A del punto B.

Los motivos son diversos: nos desplazamos por una concurrida calle, nos dirigimos a hacer un recado, nuestro perro se cruza con su archi enemigo del vecindario o debemos recorrer una acera junto al tráfico rodado en la que debemos ser precavidos. Son muchas las veces en las que el paseo lúdico debe dejar paso a un tránsito coordinado.

Por lo tanto, pasear y transitar no son la misma cosa y no pueden realizarse de la misma manera.

Jugar con la distancia de la correa y sus efectos sobre la percepción y la exigencia de concentración son la clave para construir de forma diferenciada ambas formas de movernos por el mundo.

En el tránsito, la distancia que nos une a nuestro perro con la correa disminuye, buscamos que su percepción y concentración se enfoquen en un porcentaje suficientemente alto hacia la dirección y el ritmo que llevamos, pero cuidando que la exigencia no impida mantener este estado en el tiempo.

Por reflejar en porcentajes lo anterior, podemos estimar que un 60-80% de la atención del perro debe centrarse en las condiciones del tránsito (ritmo y dirección) y un 40-20% en las distracciones del entorno. Ello implica la utilización de importantes recursos cognitivos por parte del perro, sin duda, pero sin llegar a extremos de exigencia que no se pueden mantenerse de manera más o menos sostenida (como ocurre con el “Fuss” o un “Junto” estricto). Es decir, debemos construir un modo de tránsito que cuente con un razonable margen de errores parciales sin que ello suponga su ruptura. Y, una vez construido, utilizarlo cuando es imprescindible, para dar paso a otras formas más laxas, autónomas y favorecedoras de la vuelta al paseo y sus beneficios.

¿Y en los paseos?

Siguiendo con los mismos principios hasta ahora citados (percepción y concentración), aquí se abren distintas posibilidades para mejorar el paseo con correa: en nuestros itinerarios específicos con perros que acuden a nuestro centro dividimos al menos 2 tipos de paseo:

En la primera, la menos autónoma, podemos partir de una correa que nos permita adoptar una distancia de unos 2 metros. Con esta longitud, facilitamos que la atención del perro se reparta en un 50-50. Mitad al entorno, mitad a nuestra figura. Aunque se trata de una opción alejada del ideal de libertad y disfrute, puede ser la más adecuada en algunas situaciones en las que avanzar con mayores márgenes puede resultar peligroso (carreteras muy cercanas, perros con los que no existe una buena relación) o molesto para terceros (personas a la que les inquieta que nuestro perro pueda invadir su espacio). Y ello manteniendo márgenes para disfrutar del mundo.

En la segunda modalidad, la más cercana al paseo libre, trabajamos con correas de entre 5 y 10 metros. Para ello, se ha recurrido habitualmente a las correas o cintas de medida fija. No obstante, resultan mucho mas recomendables, por cómodas y seguras, las a menudo vilipendiadas correas extensibles (os animo a echar un vistazo a la propuesta del equipo del Centro Educan sobre las ventajas en el uso de estas correas). Con estos márgenes de varios metros de distancia en la correa, la percepción del perro se reparte en un 80-90% al entorno y un 10-20% a nosotros. Ya no somos el profesor pesado que reclama resolver ecuaciones en el momento del recreo.

Eso si, es importante señalar que cada una de estas opciones debe construirse progresivamente bajo unas sencillas normas antes de sacarle todo el partido. Como indicaba al comienzo del artículo, las herramientas facilitan o dificultan determinados logros, pero por si mismas su eficacia es frágil.

Un último aspecto sustancial, pero que excede el objetivo de este artículo (lo abordaremos en un próximo texto) es como combinar las opciones previamente descritas en perros con problemas de impulsividad, reactividad, inseguridades o miedos. Un mal uso de la correa es habitual potenciador de problemas.

Y al contrario, una buena gestión, uso y conocimiento de la correa y sus posibilidades es una eficaz herramienta terapéutica para una gran cantidad de perros.

Jon Arraibi

Director Técnico del Centro de Educación Canina y Formación Técnica La Llamada de Buck que se encuentra en Castro Urdiales (Cantabria). Director del Programa de Radio "Café con Patas" de Onda Vasca, especializado en los animales que conviven con nosotros. Docente / Instructor acreditado en la formación de nuevos adiestradores y educadores caninos (Gobierno Vasco / Lanbide). Entrenador deportivo IGP. Periodista, Psicopedagogo y Profesor.